Antonio Rodríguez Saiz
LAS RUINAS DE LA IGLESIA DE SAN PANTALEÓN
Antonio Rodríguez Saiz
No es fácil pasear con tranquilidad y sosiego por la antigua calle de san Pedro en la capital conquense con su empinada cuesta y el tráfico rodado existente, para admirar el atractivo especial que tiene con vestigios y señales de tiempos pretéritos que predisponen el ánimo y hacen navegar, figuradamente, la imaginación ante el recuerdo de sucesos acontecidos en ella y sus edificios con cierta trascendencia de verdad histórica.
Se encuentra la calle de san Pedro, importante que fue y documentada ya con este nombre en el siglo XIV, en un recorrido que comienza en la Plaza Mayor, cuyos primeros nombre que tuvo fueron, Plaza de la Picota, posteriormente del Rollo, Santa María del Mercado…, en clara referencia a acciones propias especificas allí desarrolladas y termina en la Plaza del Trabuco denominada así por un episodio que sucedió el año 1449, donde se puede contemplar la iglesia de san Pedro reconstruida en el siglo XVIII.
De todos aquellos recuerdos que guarda esta calle, vía de tránsito importante de la ciudad en su parte alta, donde antiguamente tenían su residencia el clero y burguesía más noble, con nivel económico elevado superior al resto de los ciudadanos me llama la atención especialmente las ruinas de la iglesia de san Pantaleón, nombre en honor del santo y mártir de Nicodemia (actual Turquía) que con anterioridad fue conocida por san Juan del Hospital, san Juan de Jerusalén. San Juan de Acre, san Juan de Letrán y quizás alguno más. Desde 1992 Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento porque según el decreto “reúne los valores históricos y artísticos necesarios para gozar de la protección que la legislación vigente dispensa”.
No fue iglesia parroquial como durante años fue considerada y mantenida por algunos, por ello no aparece así en las diferentes relaciones de parroquias medievales.
Hasta fecha no lejana se tuvo la creencia que era iglesia de una sola nave (y no de tres ), esta nave central es de ábside plano y en la parte superior del testero se puede ver una pequeña ventana románica abocinada y debajo la estatua del poeta e hijo predilecto de Cuenca, Federico Muelas obra del escultor Javier Barrios inaugurada el 25 de noviembre del año 1984 en la Plazoleta de Cecilio Albendea después colocada en este lugar para evitar, se dice, gamberradas y vandalismos. Sitio elegido que, una vez más opino, no me complace.
Con certeza lo que verdaderamente me llama la atención con agrado, produciéndome un sentimiento de admiración compatible con su sencillez es el arco ojival abocinado que invita a entrar al recinto donde en uno de sus capiteles, lado derecho, se representa un caballero en el momento que parece alancear a un dragón, símbolo del mal y la destrucción en la cultura cristiana que algunos estudiosos han llegado a asegurar que es una señal de la presencia templaria, aunque no es definitiva esta afirmación y sí dudosa.
Decía, al principio, que esta antigua y pequeña iglesia del siglo XIII se ha conocido a través de los siglos con diferentes nombres, el último el de san Pantaleón al menos desde principios del siglo XIX, según demuestra y confirma un documento de principios de este siglo. Aunque breve, en su extensión, proporciona y acredita algún dato interesante.
Fue presentado al Concejo de Cuenca el día 26 de septiembre del año 1818 y elaborado dos días antes por Inocencio de Ángel, provisor general síndico y personero, persona encargada para promover y defender los intereses de la ciudadanía frente a cualquier otra y de elevar quejas y agravios padecidos. Dice así:
“Ilmo. Sr. La Hermita de San Pantaleon sita al principio de la calle de San Pedro que corresponde a la Orden de San Juan de Jerusalén de que es dignísimo Prior el S.S.S. Ynfante D. Carlos (que Dios guarde) esta ocupada hoy en un taller de carpintería donde suenan vozes mal sonantes y a vezes muy obscenas ofendiendo a un sitio tan respetado por nuestros mayores y en que tantas veces se ha celebrado el sacrificio de la Misa”
El síndico personero, apelando a los sentimientos católicos ,rogaba al corregidor que enviase un escrito al administrador general de la mencionada Orden de san Juan de Jerusalén, D. Gregorio Sierra, residente y vecino de Poyos, al norte de la diócesis conquense, comarca de la alcarria y desde mediados del siglo XX bajo las aguas del Embalse de Buendía con la finalidad y deseo que se volviese a restablecer el culto en la iglesia de san Pantaleón y además que el carpintero desalojase el lugar que ocupaba.
La sesión celebrada por el Concejo donde se hizo esta petición por parte del síndico personero y después aprobada para su tramitación estaba presidida por Ignacio Esteban Romero y Moya, regidor perpetuo de la ciudad. La decisión última correspondía, sin duda, al Gran Prior infante D. Carlos María Isidro de Borbón, hermano del rey Fernando VII a cuya hija Isabel II le disputó el trono de España, origen de la primera guerra carlista (1833-1840).
Se observa en este relato un ejemplo del desamparo y abandono secular de esta iglesia y sus ruinas que también sirvió unas veces de garaje, cobijo de animales domésticos, escombrera, albergue de desechos, cantera para uso de sus piedras centenarias por parte unas veces de particulares y otras era el Concejo quien las aprovechaba para obras municipales, barricadas,, parapetos de protección ante el enemigo invasor y otros usos no apropiados, mientras el suelo se cubría de hierbas y maleza, aunque es de justicia indicar que en 1955 se hizo una limpieza, desescombro y consolidación del arco ojival de entrada.
Gracias al Consorcio de la Ciudad de Cuenca que dirigía el arquitecto, Daniel de León, a principios de este siglo se ha rehabilitado y musealizado (con importantes hallazgos) el histórico conjunto formado por las ruinas de la iglesia de san Pantaleón y su unión con la calle Obispo Guerra Campos, mejor dicho, callejón por sus pequeñas dimensiones, 30 metros de longitud y 4 metros de ancho.
Sobre esta obra los arqueólogos, Santiago David Domínguez Solera y Michel Muñoz han publicado un interesante estudio de los trabajos realizados.
A todo ello puede añadirse el uso digno, conveniente y adecuado que merece este recinto rescatado del olvido por el Consorcio que tiene como misión importante conservar y revitalizar el patrimonio cultural de Cuenca. ¿Será posible?
Seguramente que la respuesta es muy sencilla. Sólo hace falta voluntad y decisión, principalmente.
Enero 2023