FE Y PAISAJE EN LA SEMANA SANTA CONQUENSE

Antonio Rodríguez Saiz (SEMANA SANTA 1994)

   

Cuenca se sumerge y emerge en el fervor y espectáculo que ofrece su Semana Santa en el albor de su fresca primavera.

 

Atrás quedan preparativos de todo un ciclo anual cuando ya los pasos procesionales con sus filas de nazarenos penitentes y vigorosos banceros han recorrido calles y plazas de la ciudad.

 

Es Viernes Santo, solemnidad de luto, llanto y penitencia en la Iglesia. Día cumbre de la Pasión, cuando los con­quenses hacemos el intenso esfuerzo y la ciudad del joven rey Alfonso El Noble —cáliz y estrella en fondo rojo— se convierte en Jerusalén rediviva y pasional.

 

Cristo ha muerto.

"Verdaderamente este hombre era hijo de Dios".

El pueblo conquense se congrega y conmueve ante la aflicción y el dolor de la madre con el Redentor muerto y la amplia gama de colores se ovillan mientras palidecen y oscurecen.

 

Congoja y pena que conmueve ante el drama del Gólgota. Participación de la Virgen madre en todas las humilla­ciones y penas al hijo, pasión del hijo y madre como predijo Simeón.

 

Y... quienes han escenificado el dolor por las calles de Cuenca suben o bajan a expresar su sentir y pesar ante la Virgen de las Angustias, copatrona de la ciudad, coronada un día en la fiesta de su realeza, pronto hará treinta y siete años con la presencia de ciento cuarenta imágenes de la diócesis.

 

Espectáculo sobrecogedor, tristeza sin fin, donde participa ampliamente el pueblo conquense. Cuenca se hace así más nazarena al hálito del amor y el recuerdo.

"Cuenca, Señor, escarnecida y sola,

te sigue, te rastrea, como ciego sediento

que ventea la fuente"

Se baja el encuentro por Pilares sombreada, antes artesanal y comercial, abriéndose paso por entre San Miguel, bal­conada de la ciudad desde el recuerdo de orfebres y rejeros y Plaza de San Nicolás, recogida y devota, fundiéndose con el pétreo zig zag que espolonea ante la horadada roca con el rostro labrado en piedra viva ante el postigo de los Descalzos al latido, del fervor de quienes nos precedieron.

 

Se asciende en trepadora pendiente sobre el verdeante Júcar por el puente de los Descalzos al recuerdo de Carballido y San Bartolomé, juntos al sosegado y placentero Recreo Peral para llegar a la plazuela de la ermita de las Angustias don­de en larga fila penitente rozando atrio y Cruz del Convertido en el antiguo convento de Franciscanos Descalzos de San Pedro de Alcántara con leyenda de Diana y el licencioso don Diego y episodio del imaginero Giralte en borrasca y tormenta se hace el silente desfile con la devoción de siempre, para testimoniar el pesar en el rincón más íntimo de Cuenca a nuestra madre de las Angustias, acogedora de nuestras penas, preocupaciones, recuerdos, ilusiones, alegrías y gozos a lo largo del tiempo que señala Mangana desde su atalaya atisbando en su airosa soledad desnuda como tornavoz de tiempo y tradición, perdida ya la costumbre del Vía Crucis hasta el Calvario con posterior sermón de Soledad.

 

Fluye luto y dolor arriba entre el barroco altar. Sobrio velatorio en el silencioso lamento. Lamento callado que conecta con la fe ante el calofrío del creyente.

"triste madre dolorida

que miras, ya muerto a Dios"

Y... Cristo yacente... expuesto al fervor de Cuenca que besa su cuerpo lacerado.

 

Capilla ardiente, donde antes los hombres velaban de noche y las mujeres de día hasta el toque de gloría del Sábado Santo. Capilla recogida y sencilla, santuario de amor ferviente en cuyos jardines estuvo el primer cementerio de la capital:

 

"¡Que menguado su recinto para dolor tan tremendo!"

Que ese día de Viernes Santo, más que nunca se derrama y rebosa ante la presencia de los conquenses en ópimo amor de hijo.

 

Momento cumbre de la Pasión de Cristo en Cuenca; procesión interminable de horas en el Parasceve sin túnica ni capuz en ese rincón singular columbrando sentimientos más o menos en la lejanía.

 

Balcón a pie de escarpados peñascos, albergue del frescor conquense al regazo del Júcar donde la piedra hace espectaculares figuras y telonea el espacio más allá de su muro roquedal inmenso ante la absorta mirada que percibe el camino de penitencia y oración que conduce al tranquilo lugar del patrón San Julián, Obispo Limosnero.

 

Cuenca en Viernes Santo conmovida funde el respeto y la fe en la ermita de todos "prolongación de la casa" diría el cardenal Segura, ante su Virgen de las Angustias permaneciendo fiel al heredado sentimiento a la espera del suave y claro color de la aurora.

 

Publicado en el Programa Oficial de Semana Santa 1994. Cuenca. Pág. 40